Selección de trabajo en medios
Muestra de algunos cuentos, columnas, crónicas y perfiles publicados en la revista In Palma (España) y en los diarios El País y El Observador (Uruguay).
El burgués clásico denominará "peludos" a los artesanales hombres de Valizas, pero se equivoca; allí la cabeza rapada acompañada por una sorpresiva trenza de veinte centímetros, extendida atrás como una larva gigante, es el último grito de la moda capilar. Flacos, bronceados, desaliñados, tienen entre veinte y cuarenta años. Sé que prejuzgo: capaz que algún gordito de la vuelta se ducha lo mismo o menos que ellos, pero por su andar se les pega el polvito, con inocencia o deliberación.
Si osas juzgarlos, se vengarán en silencio, te harán sentir ridículo por vestir algo inútil, como medias o alhajas no fabricadas con maderas y cuerditas.
Ojo, alguno dirá que en ese desapego hay sabiduría (bañarse, peinarse, vestirse, calzarse… eventos tan vanos como prescindibles); pero creo que las modas grupales le comen tanto tiempo al usuario como a Paris Hilton. En Valizas hay algún niño. Vestido como los papás, flaco, lleno de arena y estilo independiente.
Enfrente al puesto "El Humito" vi a un tipo (de pelo largo, moda del verano pasado) chorreante y casi desnudo: me imagino que mientras "mutaba" descalzo por ahí se le ocurrió darse un chapuzón marino y ta, cuando se quiso acordar ya había vuelto a la calle. Todos llevan la seña de la generación Valizas, salvo una señora, le doy sesenta, que paseaba de camisa con hombreras. A Valizas no entra nada parecido a una hombrera, así que la estimo lugareña, porque las hombreras le crecieron ahí por generación espontánea. Pero veo mega autos y camionetas: ¿son ellos los dueños? Quizá sí, ¿por qué los bohemios coherentes no pueden comprar chiches caros?, ¿cuando juraron la bandera dijeron "soy pobre"? Y si no son, ¿dónde están los dueños?, ¿asustados, escondidos? Imposible, en Valizas nada se esconde. Como en la edad de piedra, el conventillo o el paraíso: lo más íntimo sucede en la vía pública, sin privaciones.
El Cerro del Toro siempre se movió- Diario El País
La sensibilidad se construye o se atrofia; la indiferencia la aquieta. Un día, una de la clase dijo: -Yo leí Borges, Carver y Cortázar, pero no me gustaron para nada.
Doy fe que los había leído, le falló la información sensible. Lo sé, porque con los cerros soy como ella: de los paseos ecológicos de la niñez, apenas sobreviven nítidas las tortas fritas y el recorrido en auto (ahora trazo recorridos propios y cocino, pero la niñez es una ruptura acolchonada con los planes independientes, el mundo y las piernas son breves, toda propuesta se convierte en un evento de festejo. La falta de elección va de la mano con la falta de culpa por aquello que -como el tiempo es finito- quedó aparte).
Veraneé muchos veces en Piriápolis. No sé en cuántas casas dormí. Y, si vi los cerros, mi mirada fue ofensivamente vacía. "Prefiero los paisajes de agua que los verdes", argumentaba. Porque el agua se mueve, y el verde no. Este verano, por primera vez, tengo la consigna de escribir qué siento por Piriápolis. Como los cerros parecen ineludibles, estaba decidida a confesar la vergonzosa verdad. Planeaba excusarme con lo mismo que me digo: el agua se mueve, el cerro no, por eso me olvido de verlo. Y, mientras lo escribía, como una señal que triplicó la culpa, comenzaron los incendios:
- Ahora sí, no escribas que no te gustan los cerros o te van a linchar.
Y me entrego: justo cuando planeaba argumentar que está quieto, se empezó a prender fuego. La semana pasada subí al Cerro del Toro, en busca de la última oportunidad de sintonía. Atravesé casas y carpas. Subí la primera escalera y vi al toro. Como cascada, se le caía un chorrito de agua de la boca. Más arriba, vi al león. Una mujer llena de niños subía la escalera con una canasta de picnic. Al lado del león, los niños encontraron una víbora verdadera. Un grupo huyó espantado, mientras el otro corría a verla. El grupo atemorizado debía esperar al explorador -la escalera era estrecha-. Pero la víbora despertó tanta ansiedad en líneas opuestas, que ningún niño esperó al otro. El Cerro del Toro siempre se movió.
"Ser feliz me da vergüenza"- Diario El País
Como siempre digo, el que quiera comprar una secta bizarra de topos de conchas de caracol, que visten gabardina y fuman pipas de ramita, que visite Piriápolis. Yo jamás caí en semejante transacción comercial, por si atacan de noche. Aquí, mi tradicional primera compra del verano son unos cuantos caramelos masticables, que como mientras miro una serie de libros y revistas. Y nada de pretensiones culturales, sólo desconcierto por los títulos ofrecidos. No necesito aclarar que los misteriosos topos fumadores, los caramelos masticables, los libros y las revistas se venden en el mismo kiosco: versatilidad clásica de los comercios más prósperos de Piriápolis.
Quiero que los títulos de los libros expliquen qué sienten estos enigmáticos veraneantes, grandes compradores de artesanías faunasmagóricas, por lo que se deduce de la oferta de sus vitrinas. Viciosos y pecadores, cuando entiendan en qué fallan, Piriápolis promete que los aciertos comenzarán: "¿Por qué no podemos ser fieles?"-yo no me casaría con el autor- y "¿Por qué vuelvo a engordar" -tampoco, ningún obeso, hasta donde sé, adelgazó sólo por dar con la causa adiposa-. Bipolaridades: "Ser feliz me da vergüenza", de Sebastián Wainraich, o el horóscopo de Ludovica del año 2006, a ver si se había equivocado. Patoruzú, Archie, la inesperada autobiografía de Naomi Campbell, enciclopedias sobre fauna marina, salud inestable, consejos para los jóvenes que enfrentan la muerte... Libros para mujeres fatigadas por las horas de convivencia en la casa alquilada: "Cómo amar a un hombre imperfecto", "Feminismo para principiantes", "Secretos de una porno-star", "Mujeres que viajan solas", la potencial compradora de instrucciones para viajar sola, ¿viaja sola?, ¿a Piriápolis? En su conjunto, los títulos dan un tono; pero cuesta saber si es a propósito o por la desidia que impulsa la venta lenta de cualquier cosa. Como cuando estaba en el probador y una mujer, que abrió sorpresivamente la puerta, me pegó en la cabeza:
-Señora, ¿no me va pedir perdón?
-Pero qué te voy a pedir perdón, si viste que estaba abriendo despacito.
Las clases están desconcertadas- Diario El País
La moda y lo plancha van en ejes supuestamente contrarios. Del lado de la moda llega la zapatilla elemental. El despeine intencionado. El corte de pelo en despunte. Apariencia casual. Ostentación de look básico.
Del lado plancha van las caras de ultra-morocha con el pelo pintado de amarillo-cobre. Los muchachos andan con championes gigantes, caros. Y geles. Agarran por la cintura a una novia gordita. Esa gordura en el Renacimiento simbolizó que había salud y plata: con qué comer. Las chicas de la alta moda, mientras, delgadísimas. Esa plata se irá quizá en yogures, gimnasios, bronceados y chinelas de colores. Las chicas de moda van tostadas. El bronceado, que antes simbolizó trabajo bajo el sol del campo, hoy muestra las maravillas de la cama solar. Llega el fin de semana: necesitan el vaquero apretado, porque las botas de equitación van por arriba, hasta la rodilla. Pero no serán ellas las que paseen con el caballo después. El que revisa la basura conduce al caballo verdadero. El plancha se cuelga una cadena brillante y dorada, para que combine con el pelo y su cara se ilumine con el color del oro. La chica de moda prefiere cubrir su cuello con un trapito que, si es muy ancho, le denomina "chalina".
El plancha quiere decirle al mundo que debería amarlo, porque viste los mejores accesorios que la vida urbana demanda. La chica de moda quiere que la amen por lo contrario, porque es una dama sencilla y bonita que se ve bien por su gracia y aristocracia interna. Así, la chica de moda quizá se llame Ana o María. Mientras que el joven plancha se llame Paul o John. Pero el apellido de Ana, o de María, combina mucho mejor con el nombre Paul o John. Y el apellido de John o Paul combinan mejor con los nombres Ana y María. Las dos clases se esfuerzan en simular que lograron algo que la naturaleza no les ha dado. Y en disimular las debilidades que llevan por la cuna. Alguien alegará que los códigos de ricos y pobres se invirtieron. Pero ricos y pobres aquí ni se pronuncian. El pobre ve qué comerá mañana. El rico no viste la moda uruguaya. Sólo los del medio pierden tiempo en debatir quién ocupará las vacantes de una supuesta clase social.
Gran parte de los creyentes en Dios se creen continuamente observados y asumen que la evaluación final llegará un día. Quizá algunos obran mejor de lo que les nace espontáneamente, para no enojar al Creador, y han comenzado a desconfiar de los ateos, que obran bajo el precepto de que nadie los supervisa.
Y algunos ateos, una tarde cualquiera, sin ayuda del destino ni la mística, se agruparon hartos de la desconfianza teísta. En Londres ya están las pruebas: "Dios probablemente no existe, deje de preocuparse y disfrute de la vida" circula, como cartel, en 800 ómnibus londinenses. La campaña se financió con contribuciones voluntarias y despertó un debate fuerte en diferentes países de Europa. Algunos carteles ya llegaron a ciudades de España.
En Australia se intentó lo mismo desde un enfoque más físico que cerebral: "Ateísmo: dormir las mañanas de los domingos", pero el mensaje fue censurado. La campaña de Londres fue insertada sin problema, solo se les exigió que incluyeran la palabra "probablemente" y cumplieron, aunque a regañadientes pues, según alegaron, decir que "Dios probablemente no existe" los hace parecer agnósticos en vez de ateos. El cardenal Martínez Sistach, que encabeza el arzobispado de Barcelona, declaró que creer en Dios no es motivo de preocupación para sus creyentes, "ni es tampoco un obstáculo para gozar honestamente de la vida".
Los pensadores de estos carteles han declarado que su motor es hacer visible que el pensamiento ateo también existe.
Y ya que los ateos tratan de que los destinos físicos se crucen con los espirituales, los cristianos madrileños se sumaron: los del Centro Cristiano de Reunión (impulsada por la Iglesia Evangélica) armaron, hace pocos días, su propia campaña con el mensaje "Dios sí existe. Disfruta de la vida en Cristo".
Debe ser de las primeras veces que, en la difusión de ideas religiosas, los ateos inician una batalla. Por ahora, los dos bandos cuidan el tono y se declaran respeto mutuo; sin que desaparezca el tufillo a pelea, porque cada uno promete la felicidad.
Pero el que cree en algo, no lo puede evitar. El argumento es vago: se supone que las creencias no se basan en lo más conveniente para ser feliz. Aunque no es excluyente: por algo muchos viven con la esperanza de que una vida buena se derive de la certeza y la justicia. Como sea, este debate en bandos permite ver uno de los anhelos finales de los que creen y de los que no: pertenecer a un grupo.
Retirado como bailarín, Bocca se mudó de Puerto Madero, Buenos Aires, a Punta Gorda, Montevideo. Junto con la fundación de Amigos del Teatro Solís, proyecta crear una compañía de danza. En diciembre, Ballet Argentino, la compañía que dirige, presentará tres funciones en el Teatro Solís: "Nine Sinatra songs", con coreografías de Twyla Tharp y vestuario de Óscar de la Renta; "Tango", de Óscar Araiz; y "Bésame" de Ana María Stekelman, basada en el bolero "Bésame mucho". Dice que eligió vivir en Uruguay por la tranquilidad.
Como en la montaña rusa, cuando el aprendizaje de los mejores bailarines llega a la cúspide, en la mayor tensión, comienza el retiro. Y no hay cómo quejarse; lo impone la naturaleza. Julio Bocca, algo ajeno a esa ley, sigue involucrado en la danza, como director. Atravesará en Montevideo la segunda etapa de su carrera.
Vivirá aquí, pero mantendrá el lazo con Buenos Aires: continúa con el Ballet Argentino y en marzo abrirá una escuela de diseño, producción y dirección; tras ese inicio, presentará la opción a enseñanza primaria, en el 2010, con enfoque en el baile y canto integrados. Ya tiene una escuela en funcionamiento, con más de 1200 alumnos; allí, el clima le parece alegre y tranquilo, pero en el baile clásico sentía que el ambiente era más rígido. El espectador recibe distensión por presenciar el baile. Él cree que habría que llevar parte de esa flexibilidad al bailarín y al que aprende: "Aunque en el baile se compite, la competencia puede ser sana, los dos pueden llegar".
arte gremial."La dirección y los bailarines en mi experiencia no se integraban. El director decidía pero no escuchaba lo que pasaba y después venían los comentarios y las peleas": cree clave escuchar otras opciones, ajenas a los gustos propios. "Como director entiendo que a veces es difícil porque hay que poner límites, pero hay que aprender a ser amplio, y al mismo tiempo el bailarín tiene que conocer qué papeles puede desempeñar". En la danza le han tocado roles que no sentía adecuados para su perfil: "Como cuando hice de Apolo, por ejemplo, después de la primera función sentía que no era mi personaje".
"Debe haber comprensión de las dos partes, si no te gusta el que está adelante debés decidir si lo aceptarás de todas maneras o te irás para otro lado. Sobre todo cuando el arte se vuelve gremial, si no te gusta, ¿para qué estás? Dejá a otra gente". Pone como ejemplo el American Ballet que se volvió "gremial" y dejó las giras, por los costos: "En mi época viajabas y compartías habitación con gente del cuerpo de baile. Ahora se ponen exigentes y algunos quieren dormir solos, pero, ¿cómo hacés para pagar 120 habitaciones? Y quizá después no exigen lo que deben respecto a otras cosas importantes para la danza, como por ejemplo las zapatillas".
teatro solÍs. En diciembre, Ballet Argentino, la compañía que dirige Julio Bocca, presentará tres funciones en el Teatro Solís: "Nine Sinatra songs", con coreografías de Twyla Tharp y diseño de vestuario de Óscar de la Renta; "Tango", de Óscar Araiz; y "Bésame" de Ana María Stekelman, basada en el bolero "Bésame mucho".
Julio Bocca no extraña la danza. Su vida había perdido cotidianidad y no la encontraba en Buenos Aires: "Llegó un momento en el que me empecé a reorganizar para seguir en la misma rutina de antes, lo que me trajo a Uruguay fue más que nada la tranquilidad". De día se zambulle en la playa, de noche pasea en bici por la rambla; Punta Gorda, su lugar en Uruguay, y Puerto Madero, su lugar en Buenos Aires, son diferentes. Aquí, algunos lo saludan amablemente. Otros sólo lo miran. En Buenos Aires se le abalanzan, él lo atribuye a que los argentinos lo sienten como una figura propia y a veces pierden el límite.
Probablemente armará una compañía de danza con la fundación de Amigos del Teatro Solís: "Ojalá se dé, quiero ayudar al ballet de acá, no quiero quedarme todo el día en casa, no sé si me aguantaría". Mientras lo aclara, bebe un sorbo de bebida y hasta en ese gesto aparece la gracia. El atletismo de Julio Bocca es, paradójicamente, delicado. El cuerpo muestra parte de la biografía pero, de short y remera, la espalda musculosa cobra un tono más distendido que con la malla y las zapatillas de ballet.
Perfil
Nombre: Julio Bocca
Nació en: Munro, Buenos Aires
Edad: 41 años
Profesión: Bailarín
Otros datos: Tiene planes de trabajar con la Fundación de Amigos del Teatro Solís.
LA PALABRA "RETIRO"
Para la Real Academia Española la palabra "Retiro" significa: "Lugar apartado y distante del concurso y bullicio de la gente". El retiro suele ser la etapa evaluativa. En pie, pero en otro punto cronológico y geográfico, que facilite la introspección. Julio Bocca, en su retiro como bailarín, decide volcar lo aprendido en la danza. Desde Montevideo, porque en Buenos Aires no logró escapar al sistema: este año fue al concurso de Moscú y Roma como jurado; a New York a que le entregaran un premio; en Buenos Aires le operaron la mano de mañana y de noche le entregaron otro premio. Fuera del "concurso" y el "bullicio de la gente", aplica sus conocimientos como bailarín a sus emprendimientos de dirección.